Alejandro Magno y Diógenes
Uno de los encuentros más emblemáticos y curiosos de la historia antigua es el que tuvo lugar entre Alejandro Magno, el rey de Macedonia y conquistador del vasto Imperio Persa, y Diógenes de Sinope, un filósofo cínico famoso por su desprecio hacia las convenciones sociales y su austera forma de vida. Este encuentro no sólo resalta la colisión de dos mundos -el poder y la filosofía- sino también ofrece una lección intemporal sobre los valores y la naturaleza del éxito.
Corría el año 336 a.C. aproximadamente cuando Alejandro, en su campaña para consolidar su poder y expandir sus dominios, llegó a Corinto. En esta ciudad griega, Alejandro se encontraba en la cúspide de su gloria: recientemente se había proclamado rey de Macedonia tras la muerte de su padre Filipo II, el cual había unificado toda Grecia (excepto Esparta) bajo el Reino de Macedonia. Alejandro, joven, ambicioso y ya dueño de un nombre que presagiaba grandeza. Era conocido que el joven rey admiraba a los filósofos griegos; había sido alumno de Aristóteles y siempre buscó el consejo y la enseñanza de los grandes pensadores de su tiempo.
Diógenes, por otro lado, era un personaje completamente diferente. Viviendo en una simple tinaja (o barril), despreciaba las riquezas materiales y criticaba abiertamente las normas sociales y la hipocresía. Su filosofía cínica lo llevó a buscar la virtud en una vida conformada por la autosuficiencia y el desdén por el deseo superficial.
Cuando Alejandro llegó a Corinto, se dice que estaba ansioso por conocer a este famoso filósofo. Según las crónicas, encontró a Diógenes disfrutando del sol. Alejandro, impresionado y quizás un poco intrigado por la reputación del filósofo, se acercó y comenzó un diálogo que pasó a la historia:
– Alejandro: Yo soy Alejandro, el gran rey.
– Diógenes: Y yo Diógenes el perro.
– Alejandro: ¿Y por qué te llaman así?
– Diógenes: Porque muevo el rabo ante los que me dan algo, ladro a los que no me dan y muerdo a los malvados.
– Alejandro: Entonces, pídeme lo que quieras.
– Diógenes: Apártate, me estás tapando el sol.
– Alejandro: ¿Acaso no me temes?
– Diógenes: ¿Por qué debería temerte? ¿Eres un bien o un mal?
– Alejandro: Un bien.
– Diógenes: Entonces, ¿por qué debería temer a un bien?
– Alejandro: Sí, soy un bien y te estoy ofreciendo algo, ¿Por qué no me pides que reconstruya tu patria?
– Diógenes: ¿Qué más da?, seguro que otro Alejandro la arrasaría de nuevo.
Lejos de enojarse, Alejandro quedó impresionado por la audacia y la integridad del filósofo. Supuestamente dijo: “Si no fuera Alejandro, desearía ser Diógenes“. Este comentario subraya la paradoja de un rey que lo tenía todo, pero que al mismo tiempo reconocía el valor de la libertad que solo viene al desposeerse de todo.